Recordando la locura
Los recuerdos son los que nos definen como individuos, en ellos están los motivos por los cuales nos comportamos como lo hacemos. En cada acontecer de nuestra vida, nos relacionamos con individuos que sin quererlo y sin que lleguemos a percatarlo, nos afectan. Logran influenciarnos con sus experiencias particulares y con las experiencias compartidas, pero, en este ir y venir por nuestra existencia hay momentos que nos marcan, nos perturban y ¿Por qué no decirlo? también nos alegran. Logrando así que con el pasar del tiempo cambiemos nuestra forma de ver el mundo, nuestra forma de relacionarlos con el.
Hay momentos que sentimos lo frágiles que somos como cuerpo y mente, lo indefensos que estamos ante el mundo. Podemos darnos cuenta que en este más que en ningún otro momento histórico, el mundo y la naturaleza nos asustan. No podemos estar sin un montón de objetos que inventamos, objetos que “creamos” para protegernos, para alejarnos cada vez más de lo esencial.
En la mente están registrados nuestros principales defectos y virtudes, es allí donde en realidad nos encontramos como individuos particulares y únicos. Esta asimila todo lo que vemos, tocamos, olemos y saboreamos. Todos nuestros sentidos le dan información diariamente, hora tras hora, minuto tras minuto. Cada instante descubrimos cosas que siempre han estado ahí, pero que nunca quisimos ver. Nos aterra el hecho de vernos reflejados en el mundo que inventamos. Sin embargo, sigue siendo obra nuestra. Esta es la realidad que estamos construyendo. Una construcción a costa de muchas destrucciones.
Percibir la locura es algo que no deseamos, porque cuando estamos cerca de ella nos hace sentir frágiles en todo el sentido de la palabra. Es en ese momento donde comprendemos que siempre está presente, que siempre nos acompaña, que nos rodea, que esta incrustada en nuestro ser. Sentirla cerca, olerla, poder llegar incluso a degustarla, no es algo que queramos experimentar. Nos negamos a ver las cosas tal y como son, nos inventamos mundos fantásticos y absurdos para no estar ante ella. No nos gusta vernos inmunes ni en peligro. Pero, no el peligro relacionado con el dolor o la agonía física, un peligro mucho menos controlable. El mental. Es ahí cuando en realidad realmente nos convertimos en seres indefensos, ya que no sabemos cuándo, como, ni donde la mente nos pueda jugar una mala pasada. No sabemos si un recuerdo o una experiencia puedan llegar a marcarnos de tal manera que la mente como mecanismo de defensa decida desconectarse para no vivirlos más. Porque recordar es vivir y muchas veces quisiéremos olvidar, pero estamos atados a un presente y un pasado del que no podemos escapar.
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